Los últimos 30 años en ese país son una gran lección de economía para el mundo
Ángel Ubide
25 OCT 2015 - 00:00 CEST
Hace 30 años, el índice Nikkei de la bolsa japonesa
se cotizaba a 12.685 puntos. Durante los siguientes cuatro años acumuló
una de las mayores aceleraciones de la historia bursátil, culminando en
un máximo de 38.916 puntos. El tamaño de la burbuja era de dimensiones
espectaculares. En aquel momento, el valor de los terrenos donde se
asienta el Palacio Imperial en Tokio se estimaba superior al valor del
terreno de todo el Estado de California. 30 años después, el índice
Nikkei cotiza a 17.725 puntos, menos de la mitad de su valor máximo y
tan solo un 30% por encima de su valor de hace 30 años. Toda una cura de
humildad.
Los últimos 30 años en Japón son una gran lección de economía para el mundo, y un gran experimento para extraer lecciones que puedan iluminar las difíciles decisiones que habrá que tomar en las próximas décadas. Japón fue criticado de manera agresiva hasta el año 2007, acusando a las autoridades japonesas de haber cometido múltiples errores que habían generado una, que luego fueron dos, décadas perdidas. Cuando los gobiernos y bancos centrales occidentales vieron lo difícil que era gestionar el reventón de sus propias burbujas, las críticas desaparecieron rápidamente.
Japón nos enseña el futuro. Fue el primer país que tuvo que lidiar con una crisis financiera a gran escala, y con una deuda pública de más del 100% del PIB. El primero que sufrió las consecuencias del envejecimiento de la población. El primero que redujo los tipos de interés a cero y adoptó una política de expansión cuantitativa. El primero que se tuvo que enfrentar a la trampa estructural política del dominio de las generaciones más mayores en las decisiones de política económica.
Haber sido el primero en todo ha supuesto un coste para Japón. Tuvo que luchar contra la deflación cuando el resto del mundo todavía trataba de reducir la inflación, lo cual creó un contexto excesivamente prudente para evaluar los riesgos de las políticas reflacionistas del Banco de Japón y le llevo a conformarse con una inflación del 0%. Combinado con una política fiscal en lucha permanente contra el elevado déficit, y una ausencia casi total de reformas para combatir el envejecimiento de su población, el resultado fue una política económica excesivamente restrictiva que limitó el crecimiento. Cuando luego fue golpeado por la crisis asiática de 1997, el país era todavía muy frágil, con un sistema bancario que todavía no había purgado los excesos de la burbuja.
Cuando fue golpeado otra vez, en 2007, por la crisis estadounidense y europea, el país acababa de alzar vuelo. El terremoto de Fukushima puso a prueba la resistencia de la población. La nueva política económica del primer ministro Abe, la “Abeconomia”, es el resultado de este largo periodo de aprendizaje.
Quizás a la tercera irá la vencida. El nuevo contexto económico mundial, enfocado en la lucha contra la deflación, ha facilitado que el Banco de Japón adopte una política monetaria mucho más agresiva y acertada y una relación cooperativa, en lugar de conflictiva, con la política fiscal. Las reformas están surtiendo efecto, poco a poco. El Tratado de Comercio del Pacífico (TPP) contribuirá a liberalizar un sector servicios todavía muy anquilosado. La participación de la mujer en el mercado laboral ha aumentado rápidamente, hasta niveles similares a los de EE UU, contribuyendo a paliar un poco el envejecimiento demográfico. Las reformas del sistema de pensiones, ajustando los beneficios a la evolución demográfica, han mejorado su sostenibilidad. El crecimiento en los últimos años ha sido robusto, y el desempleo está en mínimos históricos.
Pero Japón sigue padeciendo fuertes problemas estructurales. Un exceso crónico de capital invertido, resultado de una política económica demasiado enfocada en fomentar la inversión, que ha generado unas tasas de retorno del capital muy bajas. La baja productividad de sus empresas, causada por la deslocalización de sus multinacionales que ha truncado el proceso de difusión de la productividad hacia sus empresas pequeñas (el mismo problema que tiene España, muchas empresas muy pequeñas y poco productivas). Un nivel de deuda elevadísimo lastrado por un sistema impositivo sobre el consumo excesivamente benigno, con tasas de recaudación del IVA muy bajas, y un abultado gasto futuro en salud.
En estas tres décadas el PIB japonés ha aumentado un 58%, la mitad que en EE UU. Pero esto es engañoso, debido al estancamiento de la población japonesa. El PIB per cápita ha aumentado prácticamente lo mismo en Japón que en EE UU. Esto explica porqué se ha mantenido la cohesión social, ya que a pesar de las apariencias la población ha seguido aumentando su bienestar. Los políticos dimiten cuando cometen errores, quizás hasta en exceso; no es de extrañar que Japón sea uno de los países siempre en los puestos altos de las clasificaciones de calidad democrática.
Japón es el futuro, y España debería mirarse en ese espejo. Empresas más grandes, fomento de la productividad, mercado laboral más eficiente con mayor participación femenina, apertura al libre comercio, liberalización del mercado interior, sostenibilidad de las pensiones. Añadamos la reducción de la desigualdad y de la corrupción. Y, sobre todo, como ha demostrado el primer ministro Abe, coherencia y seriedad de la clase política ante la adversidad, en lugar de buscar siempre el beneficio propio y la vía escapatoria rápida. Si por desgracia la próxima recesión llega pronto, espero que hayamos aprendido algo de Japón en las tres últimas décadas.
Los últimos 30 años en Japón son una gran lección de economía para el mundo, y un gran experimento para extraer lecciones que puedan iluminar las difíciles decisiones que habrá que tomar en las próximas décadas. Japón fue criticado de manera agresiva hasta el año 2007, acusando a las autoridades japonesas de haber cometido múltiples errores que habían generado una, que luego fueron dos, décadas perdidas. Cuando los gobiernos y bancos centrales occidentales vieron lo difícil que era gestionar el reventón de sus propias burbujas, las críticas desaparecieron rápidamente.
Japón nos enseña el futuro. Fue el primer país que tuvo que lidiar con una crisis financiera a gran escala, y con una deuda pública de más del 100% del PIB. El primero que sufrió las consecuencias del envejecimiento de la población. El primero que redujo los tipos de interés a cero y adoptó una política de expansión cuantitativa. El primero que se tuvo que enfrentar a la trampa estructural política del dominio de las generaciones más mayores en las decisiones de política económica.
Haber sido el primero en todo ha supuesto un coste para Japón. Tuvo que luchar contra la deflación cuando el resto del mundo todavía trataba de reducir la inflación, lo cual creó un contexto excesivamente prudente para evaluar los riesgos de las políticas reflacionistas del Banco de Japón y le llevo a conformarse con una inflación del 0%. Combinado con una política fiscal en lucha permanente contra el elevado déficit, y una ausencia casi total de reformas para combatir el envejecimiento de su población, el resultado fue una política económica excesivamente restrictiva que limitó el crecimiento. Cuando luego fue golpeado por la crisis asiática de 1997, el país era todavía muy frágil, con un sistema bancario que todavía no había purgado los excesos de la burbuja.
Cuando fue golpeado otra vez, en 2007, por la crisis estadounidense y europea, el país acababa de alzar vuelo. El terremoto de Fukushima puso a prueba la resistencia de la población. La nueva política económica del primer ministro Abe, la “Abeconomia”, es el resultado de este largo periodo de aprendizaje.
Quizás a la tercera irá la vencida. El nuevo contexto económico mundial, enfocado en la lucha contra la deflación, ha facilitado que el Banco de Japón adopte una política monetaria mucho más agresiva y acertada y una relación cooperativa, en lugar de conflictiva, con la política fiscal. Las reformas están surtiendo efecto, poco a poco. El Tratado de Comercio del Pacífico (TPP) contribuirá a liberalizar un sector servicios todavía muy anquilosado. La participación de la mujer en el mercado laboral ha aumentado rápidamente, hasta niveles similares a los de EE UU, contribuyendo a paliar un poco el envejecimiento demográfico. Las reformas del sistema de pensiones, ajustando los beneficios a la evolución demográfica, han mejorado su sostenibilidad. El crecimiento en los últimos años ha sido robusto, y el desempleo está en mínimos históricos.
Pero Japón sigue padeciendo fuertes problemas estructurales. Un exceso crónico de capital invertido, resultado de una política económica demasiado enfocada en fomentar la inversión, que ha generado unas tasas de retorno del capital muy bajas. La baja productividad de sus empresas, causada por la deslocalización de sus multinacionales que ha truncado el proceso de difusión de la productividad hacia sus empresas pequeñas (el mismo problema que tiene España, muchas empresas muy pequeñas y poco productivas). Un nivel de deuda elevadísimo lastrado por un sistema impositivo sobre el consumo excesivamente benigno, con tasas de recaudación del IVA muy bajas, y un abultado gasto futuro en salud.
En estas tres décadas el PIB japonés ha aumentado un 58%, la mitad que en EE UU. Pero esto es engañoso, debido al estancamiento de la población japonesa. El PIB per cápita ha aumentado prácticamente lo mismo en Japón que en EE UU. Esto explica porqué se ha mantenido la cohesión social, ya que a pesar de las apariencias la población ha seguido aumentando su bienestar. Los políticos dimiten cuando cometen errores, quizás hasta en exceso; no es de extrañar que Japón sea uno de los países siempre en los puestos altos de las clasificaciones de calidad democrática.
Japón es el futuro, y España debería mirarse en ese espejo. Empresas más grandes, fomento de la productividad, mercado laboral más eficiente con mayor participación femenina, apertura al libre comercio, liberalización del mercado interior, sostenibilidad de las pensiones. Añadamos la reducción de la desigualdad y de la corrupción. Y, sobre todo, como ha demostrado el primer ministro Abe, coherencia y seriedad de la clase política ante la adversidad, en lugar de buscar siempre el beneficio propio y la vía escapatoria rápida. Si por desgracia la próxima recesión llega pronto, espero que hayamos aprendido algo de Japón en las tres últimas décadas.
Ángel Ubide es senior fellow del Peterson Institute for International Economics y asesor del PSOE.
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