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Cuenta un chiste, no demasiado bueno hay que reconocerlo, pero muy ilustrativo para el tema que nos concierne, que un físico, un químico y un economista se extravían en una isla. Lo único que tienen para comer es una lata de conservas pero no disponen de abrelatas y los tres tienen hambre. El físico propone aplicar la ley de Pascal que establece más o menos: Si le aplicamos una fuerza externa a un fluido contenido en un recipiente, la presión aumentará de la misma forma en todas las direcciones y la lata se abrirá; el químico por su parte propone que teniendo en cuenta el índice de salinidad de las aguas de la zona y la proyección de los rayos solares sobre la superficie, si se coloca la lata bajo el agua durante una cierta cantidad de tiempo, la corrosión debilitará la lata y será muy fácil abrirla, finalmente le toca el turno al economista quien dice simplemente: ¿Y si establecemos el supuesto de que tenemos un abrelatas?.
Que la economía no es una ciencia exacta no debería alarmar a nadie, pero que aun siendo inexacta, en el sentido epistemológico de “Criterio de demarcación”, siga pretendiendo serlo, sí debería alarmarnos, porque todos estamos implicados en sus postulados muchas veces pseudocientíficos. Nos proponemos en el presente artículo establecer tres áreas en que la teoría económica falla, desde un punto de vista meramente científico, para finalizar en una conclusión de implicaciones reales sobre nuestra vida cotidiana.
En términos generales, tal y como afirma Fritjof Capra, los economistas, y las teorías que defienden, tienden a pasar por alto que su ciencia no es más que un aspecto parcial de un todo mucho más amplio de connotaciones sociales y ambientales. En otras palabras, la economía es un sistema y como tal, está abocada al cambio dado que depende de los cambiantes sistemas ecológicos y sociales con los que interactúa.
A pesar de esta afirmación, que debería ser obvia en sí misma, la economía sigue estando basada, por no decir anclada, en la interacción de las curvas de oferta y demanda. Pero cuidado, la expresión oferta y demanda fue acuñada por James Denham-Steuart en su obra Estudio de los principios de la economía política, publicada en el lejano año de 1767. Casi toda la evolución de la economía teórica parte de este concepto, o son elaboraciones más sofisticadas del mismo. La ley de la oferta y la demanda se ajustaba perfectamente a la nueva matemática de Newton y Leibnitz (Cálculo diferencial) el problema era, y lo sigue siendo hoy en día, que las variables utilizadas en los modelos econométricos no pueden cuantificarse rigurosamente sino que se definen de acuerdo con un conjunto de supuestos (¿se acuerdan ustedes del economista y el abrelatas?) que vuelven totalmente irreales los modelos.
Mientras que la física tuvo su propia revolución paradigmática y pasó de una visión newtoniana a una relativista y posteriormente, incluso a una cuántica, la economía fue incapaz de hacer lo propio, quedándose varada en un modelo mecanicista absolutamente desfasado. La solución fue recurrir a complejas elaboraciones estadísticas, y de la estadística ya se sabe, a través de ella es posible afirmar lo que se quiera; que la cama es el lugar más peligroso del mundo (más gente muere en la cama que en cualquier otro sitio) o, y esto si que nos atañe, si en una sociedad de cien personas, permitimos que dos de ellas se vuelvan inmensamente ricas, ello redundará en el bienestar de toda la comunidad.
La segunda crítica nos lleva a afirmar que, en términos generales, las teorías económicas fallan al no considerar la realidad material como un sistema cerrado. Establece la primera ley de la termodinámica que la materia/energía no se destruye y simplemente se transforma. Esto sería maravilloso para muchos porque el simple enunciado implica que los ecologistas y los agoreros del actual sistema económico están en un error. Si no hay pérdida de materia y energía ¿porqué debemos preocuparnos? El mundo es una especie de barra libre, la naturaleza un “happy hour” infinito. Mala noticia para los defensores a ultranza del crecimiento económico. Lo sentimos, pero existe una segunda ley de la termodinámica que los economistas en general gustan pasar por alto. Esta segunda ley es también conocida como la ley de entropía. Estipula que en un sistema cerrado, la entropía siempre se incrementa. La entropía es una medida de la disponibilidad de energía, mide la cantidad de ella que ya no se puede aprovechar transformándola en trabajo, desgraciadamente los diversos tipos de energía (de trabajo almacenado) no son igualmente convertibles en trabajo útil. ¿Demasiado abstracto?: Miren la isla de plásticos en el Pacífico, el derrame de petróleo del Prestige, la tragedia aun no cuantificada del accidente de BP en el Golfo de México, o mucho más cerca de nosotros, las filas del paro a las que nos hemos desgraciadamente acostumbrado para hacerse una idea de lo que queremos decir.
Una tercera crítica, derivada de la anterior, es que a juzgar por la teoría predominante, la economía puede esperar etapas depresivas del ciclo económico, dado que el premio siempre será una nueva etapa expansiva. Mientras tanto, como aliciente estadístico a nuestros esfuerzos inconmensurables nos hemos de conformar con contabilizar cosas como la prostitución y el tráfico de drogas en el PIB. Crece la economía, que en el fondo es de lo que se trata, sólo en el caso de España, ese aumento artificial del PIB asciende a un 1,7%, lo cual evidentemente deja muy mal paradas las cifras del auténtico desarrollo. La esperanza de los manipuladores de los números es que la próxima vez que se contabilice el crecimiento económico (y en caso de que sea mínimamente positivo) pocos se acuerden de las variables espurias que lo conforman.
Pero esto no es una historia reciente. En su obsesión, en su obscena obsesión, hemos de decir, por el crecimiento per se, los economistas han venido añadiendo cosas que, por encima de toda lógica, no deberían estar ahí. Quizá en un artículo futuro podamos indagar sobre crecimiento o decrecimiento como modelo de desarrollo, de momento bástenos hacer la siguiente afirmación: Una enorme proporción de lo que anualmente se agrega al proceso productivo, expresado bien sea en términos de PIB o de demanda agregada, no representa absolutamente ningún beneficio ni para la calidad de vida ni para la salud social, por el contrario constituyen un coste de producción y consumo.
Ninguna ciencia es neutral, ni siquiera las hermanas menores de la familia que todavía están por madurar. El peligro es que aún las ideas no del todo contrastadas, pueden influir y determinar el curso de las cosas porque los planteamientos económicos no son inocuos. Sírvanos un ejemplo a modo de conclusión: Haciendo un esfuerzo pragmático uno podría, y debería, estar dispuesto a analizar los postulados neoliberales de Friedman y Hayek en el sentido de que la privatización y la actuación libre y absoluta de la empresa privada producen resultados mucho más eficientes que los de la titularidad pública. Evidentemente como hipótesis esta idea es absolutamente susceptible de ser investigada y como resultado, aceptada o desechada, pero de lo anterior no se desprende, o no debería desprenderse, la idea tan en boga en nuestros tiempos, de que privatizar implica vender lo público a los amigos de quienes ostentan el poder.
Fuente: La Voz de Ronda
Cuenta un chiste, no demasiado bueno hay que reconocerlo, pero muy ilustrativo para el tema que nos concierne, que un físico, un químico y un economista se extravían en una isla. Lo único que tienen para comer es una lata de conservas pero no disponen de abrelatas y los tres tienen hambre. El físico propone aplicar la ley de Pascal que establece más o menos: Si le aplicamos una fuerza externa a un fluido contenido en un recipiente, la presión aumentará de la misma forma en todas las direcciones y la lata se abrirá; el químico por su parte propone que teniendo en cuenta el índice de salinidad de las aguas de la zona y la proyección de los rayos solares sobre la superficie, si se coloca la lata bajo el agua durante una cierta cantidad de tiempo, la corrosión debilitará la lata y será muy fácil abrirla, finalmente le toca el turno al economista quien dice simplemente: ¿Y si establecemos el supuesto de que tenemos un abrelatas?.
Que la economía no es una ciencia exacta no debería alarmar a nadie, pero que aun siendo inexacta, en el sentido epistemológico de “Criterio de demarcación”, siga pretendiendo serlo, sí debería alarmarnos, porque todos estamos implicados en sus postulados muchas veces pseudocientíficos. Nos proponemos en el presente artículo establecer tres áreas en que la teoría económica falla, desde un punto de vista meramente científico, para finalizar en una conclusión de implicaciones reales sobre nuestra vida cotidiana.
En términos generales, tal y como afirma Fritjof Capra, los economistas, y las teorías que defienden, tienden a pasar por alto que su ciencia no es más que un aspecto parcial de un todo mucho más amplio de connotaciones sociales y ambientales. En otras palabras, la economía es un sistema y como tal, está abocada al cambio dado que depende de los cambiantes sistemas ecológicos y sociales con los que interactúa.
A pesar de esta afirmación, que debería ser obvia en sí misma, la economía sigue estando basada, por no decir anclada, en la interacción de las curvas de oferta y demanda. Pero cuidado, la expresión oferta y demanda fue acuñada por James Denham-Steuart en su obra Estudio de los principios de la economía política, publicada en el lejano año de 1767. Casi toda la evolución de la economía teórica parte de este concepto, o son elaboraciones más sofisticadas del mismo. La ley de la oferta y la demanda se ajustaba perfectamente a la nueva matemática de Newton y Leibnitz (Cálculo diferencial) el problema era, y lo sigue siendo hoy en día, que las variables utilizadas en los modelos econométricos no pueden cuantificarse rigurosamente sino que se definen de acuerdo con un conjunto de supuestos (¿se acuerdan ustedes del economista y el abrelatas?) que vuelven totalmente irreales los modelos.
Mientras que la física tuvo su propia revolución paradigmática y pasó de una visión newtoniana a una relativista y posteriormente, incluso a una cuántica, la economía fue incapaz de hacer lo propio, quedándose varada en un modelo mecanicista absolutamente desfasado. La solución fue recurrir a complejas elaboraciones estadísticas, y de la estadística ya se sabe, a través de ella es posible afirmar lo que se quiera; que la cama es el lugar más peligroso del mundo (más gente muere en la cama que en cualquier otro sitio) o, y esto si que nos atañe, si en una sociedad de cien personas, permitimos que dos de ellas se vuelvan inmensamente ricas, ello redundará en el bienestar de toda la comunidad.
La segunda crítica nos lleva a afirmar que, en términos generales, las teorías económicas fallan al no considerar la realidad material como un sistema cerrado. Establece la primera ley de la termodinámica que la materia/energía no se destruye y simplemente se transforma. Esto sería maravilloso para muchos porque el simple enunciado implica que los ecologistas y los agoreros del actual sistema económico están en un error. Si no hay pérdida de materia y energía ¿porqué debemos preocuparnos? El mundo es una especie de barra libre, la naturaleza un “happy hour” infinito. Mala noticia para los defensores a ultranza del crecimiento económico. Lo sentimos, pero existe una segunda ley de la termodinámica que los economistas en general gustan pasar por alto. Esta segunda ley es también conocida como la ley de entropía. Estipula que en un sistema cerrado, la entropía siempre se incrementa. La entropía es una medida de la disponibilidad de energía, mide la cantidad de ella que ya no se puede aprovechar transformándola en trabajo, desgraciadamente los diversos tipos de energía (de trabajo almacenado) no son igualmente convertibles en trabajo útil. ¿Demasiado abstracto?: Miren la isla de plásticos en el Pacífico, el derrame de petróleo del Prestige, la tragedia aun no cuantificada del accidente de BP en el Golfo de México, o mucho más cerca de nosotros, las filas del paro a las que nos hemos desgraciadamente acostumbrado para hacerse una idea de lo que queremos decir.
Una tercera crítica, derivada de la anterior, es que a juzgar por la teoría predominante, la economía puede esperar etapas depresivas del ciclo económico, dado que el premio siempre será una nueva etapa expansiva. Mientras tanto, como aliciente estadístico a nuestros esfuerzos inconmensurables nos hemos de conformar con contabilizar cosas como la prostitución y el tráfico de drogas en el PIB. Crece la economía, que en el fondo es de lo que se trata, sólo en el caso de España, ese aumento artificial del PIB asciende a un 1,7%, lo cual evidentemente deja muy mal paradas las cifras del auténtico desarrollo. La esperanza de los manipuladores de los números es que la próxima vez que se contabilice el crecimiento económico (y en caso de que sea mínimamente positivo) pocos se acuerden de las variables espurias que lo conforman.
Pero esto no es una historia reciente. En su obsesión, en su obscena obsesión, hemos de decir, por el crecimiento per se, los economistas han venido añadiendo cosas que, por encima de toda lógica, no deberían estar ahí. Quizá en un artículo futuro podamos indagar sobre crecimiento o decrecimiento como modelo de desarrollo, de momento bástenos hacer la siguiente afirmación: Una enorme proporción de lo que anualmente se agrega al proceso productivo, expresado bien sea en términos de PIB o de demanda agregada, no representa absolutamente ningún beneficio ni para la calidad de vida ni para la salud social, por el contrario constituyen un coste de producción y consumo.
Ninguna ciencia es neutral, ni siquiera las hermanas menores de la familia que todavía están por madurar. El peligro es que aún las ideas no del todo contrastadas, pueden influir y determinar el curso de las cosas porque los planteamientos económicos no son inocuos. Sírvanos un ejemplo a modo de conclusión: Haciendo un esfuerzo pragmático uno podría, y debería, estar dispuesto a analizar los postulados neoliberales de Friedman y Hayek en el sentido de que la privatización y la actuación libre y absoluta de la empresa privada producen resultados mucho más eficientes que los de la titularidad pública. Evidentemente como hipótesis esta idea es absolutamente susceptible de ser investigada y como resultado, aceptada o desechada, pero de lo anterior no se desprende, o no debería desprenderse, la idea tan en boga en nuestros tiempos, de que privatizar implica vender lo público a los amigos de quienes ostentan el poder.
Fuente: La Voz de Ronda
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