miércoles, 22 de octubre de 2014 0:02 EDT
Se ha vuelto casi políticamente correcto el culpar de los temores de los inversionistas por el crecimiento de la economía global a los sospechosos de siempre, Japón y Europa, y sugerir que si solamente los tacaños alemanes gastaran más, todo sería mejor. La economía estadounidense, después de todo, es relativamente resistente, entonces ¿de quién más es la culpa? Cuando el nombre de China sale a colación, si es que lo hace, es mencionado en forma educada sin aludir a su frenesí de deuda y gasto que amenaza el mundo.
Cuando EE.UU. estornuda, el resto del mundo se resfría, decía el refrán. Ahora, sin embargo, la salud que más importa es la de la economía china. En 1998, cuando el mundo esperaba que la crisis asiática causara estragos en todo el planeta, los problemas nunca se propagaron. Asia emergente, un grupo que incluye a China, aportaba poco al crecimiento global en ese entonces y la economía de EE.UU. se estaba acelerando. Eso bastó para impedir que la crisis asiática desacelerara el crecimiento global, que en 1998 se mantuvo estable en 2,5%.
Desde ese entonces, China ha reemplazado a EE.UU. como el principal motor de la economía global. Su contribución al crecimiento se ha más que triplicado desde 10% en los años 90 a 34% en la actualidad. A su vez, el aporte de EE.UU. cayó de 32% en los 90 a 17% ahora mientras que el de Europa lo hizo de 23% a 8%. Europa puede ser el eslabón débil del crecimiento mundial, pero eso no viene al caso al menos de que se desate una crisis en la región. El aporte europeo al crecimiento global es semejante al de China en los años 90 y perdió gran parte de su importancia.
China, no obstante, está enviando temores deflacionarios por todo el mundo. Los precios de fábrica en China han descendido durante 31 meses consecutivos y el crecimiento del PIB ha bajado de 10% en 2010 a 7%, según estimaciones oficiales. Eso está repercutiendo en otros mercados emergentes, cuyo crecimiento promedio ha retrocedido de 7% en 2010 a 4% ahora. La mayor parte del declive es responsabilidad de la desaceleración en China.
China transmite su resfrío a través de varios canales. El país se ha convertido en los últimos 15 años en un socio comercial clave de numerosos países, emergentes y desarrollados. La caída de la demanda china está teniendo un efecto viral, reduciendo los precios de materias primas básicas, desde el acero a la soya. El crecimiento de la demanda china de petróleo se ha derrumbado a casi cero este año, desde 12% en 2010. Esta podría ser la razón principal por la cual la cotización del crudo acumula un repliegue de 20% desde sus máximos de mediados de año. Lo mismo ocurre con otros commodities como el acero y el mineral de hierro: economías ligadas a las materias primas, como las de Brasil y Rusia, están en recesión o cerca de caer en ella.
El enfriamiento de China también acentúa el polarizado debate en Europa sobre cómo reactivar la economía que ya no está solamente en manos de los europeos. En realidad, hay señales, como las saludables ventas minoristas, de que la situación de la zona euro no se deteriorará mucho más. En EE.UU., el mayor impacto ha recaído sobre la inflación, que podría bajar a 1% para fines de año, y las expectativas inflacionarias también han caído.
Muchos mercados globales acusan síntomas de la gripa china. Las economías más expuestas a China son las que exhiben las caídas más drásticas en sus monedas frente al dólar. Las empresas globales que más dependen de las ventas en China también han sido golpeadas, lo que explica el descenso en los precios accionarios de las empresas de energía y materiales. Por otra parte, entre las acciones de mejor desempeño figuran las de compañías en sectores como los servicios públicos o los alimentos, las cosas que las personas necesitan en tiempos difíciles.
No está claro qué es lo que viene, pero es probable que China siga perdiendo fuerza. El mercado acepta la estimación oficial de una expansión superior a 7% pero el consenso oficial ha estado muy por detrás de la desaceleración de la economía que comenzó hace cuatro años. La brusca caída de la demanda china por toda clase de productos y servicios, desde petróleo a electricidad, junto con el reciente fin del auge del mercado inmobiliario que propulsó el crecimiento en los últimos diez años, sugiere que el crecimiento del PIB ya puede haber caído por debajo de 7%. Gracias a la rápida acumulación de deuda, el siguiente paso de China es, casi con certeza, hacia abajo.
Desde la crisis financiera de 2008, numerosos estudios han demostrado que la acumulación rápida y sostenida de deuda hace muy difícil que un país eluda una crisis, pero mi investigación añade un giro muy importante: los aumentos rápidos en los niveles de endeudamiento vuelven prácticamente imposible evitar una desaceleración. Desde 1960 en adelante, los países que incurrieron en las 30 mayores acumulaciones de crédito contemplaron un alza de al menos 40 puntos porcentuales en cinco años del crédito como porcentaje del PIB. De esos 30 casos, un 70% terminó en crisis luego de que el auge crediticio llegara a su apogeo, pero un 100% atravesó una desaceleración económica significativa dentro de los cinco años siguientes. En promedio, el crecimiento se desaceleró en más de la mitad, de 5% a 1,5%.
China ahora se ha embarcado en el mayor frenesí de crédito de la historia y un enfriamiento de más de la mitad podría reducir el crecimiento de la economía a 5% o menos en los próximos años, otros dos puntos porcentuales menos de un ritmo que ya es lento. No deja de ser irónico que mientras algunos critican a Europa por no gastar lo suficiente, China ahora paga el precio de haberse excedido en el estímulo desde 2008.
¿Qué impacto tendría una desaceleración de dos puntos porcentuales en el crecimiento de China en el resto del mundo? Cada disminución de un punto porcentual en el crecimiento chino se traduce en un recorte de medio punto porcentual del crecimiento global, según un reciente estudio de J.P. Morgan. De modo que dos puntos porcentuales menos en China puede recortar el crecimiento global en un casi punto porcentual. Ahora que la economía mundial se expande en cerca de 2,5%, estamos hablando de una caída a 1,5% y cualquier expansión menor a 2% se empieza a sentir como una recesión.
El mundo hace frente a un fenómeno nuevo, puesto que la próxima recesión global probablemente no será hecha en EE.UU. En los últimos 50 años, el crecimiento del PIB global ha descendido significativamente por debajo de 2% sólo tres veces: en 1975, 1982 y 2009. En cada ocasión, tocó fondo en el medio de una recesión importante en EE.UU. Por ahora, sin embargo, el epicentro del crecimiento se ha desplazado hacia Oriente y la próxima recesión global, cuando sea que se produzca, probablemente tendrá una etiqueta que diga: “Hecho en China”.
Sharma es director de mercados emergentes de Morgan Stanley Investment Management y autor de Breakout Nations: In Pursuit of the Next Economic Miracles.
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