Son muchos los que se preguntan por qué la inflación se mantiene tan
baja cuando la Reserva Federal americana ha producido dólares sin
cuento; ya que la teoría cuantitativa del dinero, desde Irving Fisher,
lleva a concluir que la creación monetaria, cuando no se corresponde con
creación de riqueza, genera inflación de los precios de consumo.
Si bien, por el contrario, la demanda de activos financieros o incluso inmobiliarios conduciría a una inflación financiera. Una explicación de la situación actual sería que los dólares generados se quedaron en algún cajón y no entraron en la economía. Quizás, en un cajón chino como algunos argumentan. Sin embargo, aunque pueda haber alguna razón en ello, no explicaría del todo la situación.La pregunta más bien habría que dirigirla hacia donde en realidad han ido los dólares que se han fabricado. Y la respuesta tiene mucho que ver con los bancos de Wall Street que, en el fondo, han sido los mayores receptores de la moneda emitida.
Un asunto que comenzó con el programa TARP (Trobled Asset Relief Program) allá por octubre de 2008, cuando todavía era presidente George Bush. Se trataba de comprar activos de instituciones financieras americanas con problemas para fortalecer su situación después de la debacle de las ya olvidadas hipotecas subprime. Originalmente fueron 700.000 millones de dólares que fueron ampliándose posteriormente. Aquello permitió además remunerar con intereses las reservas bancarias. Intereses que incentivaron la creación de nueva masa monetaria pero que la encaminó hacia operaciones de derivados financieros. Activos financieros que se estiman hoy cerca de los 220.000 millones de dólares en los mayores bancos estadounidenses.
El hecho es que si el nuevo dinero que se crea llega a los consumidores, digamos, normales, se producirá inflación, pero si se queda estancado en consumidores de gran capacidad de compra irá únicamente a los sectores del lujo sin un mayor efecto en la economía. Cosa que hoy se observa prácticamente en casi todos los países desarrollados, donde este sector crece más de dos dígitos anualmente.
El otro efecto sería el endeudamiento. Cuando el nuevo dinero se introduce en la economía y alcanza a los consumidores tiene el efecto ya señalado. Sin embargo, si se acumula para soportar pago de intereses o aumentar la deuda en instituciones con problemas tiene un efecto perverso: contrae el consumo, crece la deuda soberana y genera deflación. Así, el dinero que podría haber circulado por la economía en modo de crédito o inversión con el potencial de crear nuevos puestos de trabajo y nueva actividad económica, se recluye en soportar ineficiencias, cuando no en pagar los errores del pasado.
Lo cual conduce a una economía zombi. Una economía que puede ir respirando mejor, incluso sin asistencia, pero con poca salud. Y es que por cada euro o dólar que se va a captar deuda, ninguno de ellos (o muy pocos) son los que generan actividad económica. De manera que el imparable incremento de la deuda en lugar de favorecer la actividad económica, va en su contra. Una contradicción que se vive en la actualidad: ya que el mantenimiento de bajos tipos de interés que, supuestamente, deberían incentivar el endeudamiento para generar más actividad económica, tiene el efecto contrario, a la vez que no deja circular el crédito por la actividad empresarial.
La pregunta que surge de lo anterior es si realmente la salida de la crisis será tímida o realmente ofrecerá nuevas cotas de prosperidad. Todo parece indicar que si una mayor cantidad de dinero se conduce a la economía el resultado será un aumento de la inflación y una mayor demanda. Si por el contrario se queda en acumular deuda, el futuro no será muy halagüeño, pues se volvería a caer en la depresión la recesión y el desempleo. Y es que la deuda y, en especial, el endeudamiento público, es un problema económico mayor al cual por el momento no se le acaba de encontrar la solución. Como tampoco se tienen los instrumentos para luchar contra la deflación, especialmente en Europa, donde el Banco Central Europeo fue creado para controlar la inflación y no tiene otros instrumentos para ir en la dirección contraria.
Una compleja situación donde la retirada de los estímulos en Estados Unidos podría traer otras consecuencias desfavorables en el medio plazo por su potencial efecto negativo en los países emergentes. Una situación que no permite de momento cantar victoria aunque se vaya saliendo del pozo. La clave, como iremos viendo, estará en la creciente deuda soberana. Una asignatura en la que España tiene aún mucho que aprender.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.
Si bien, por el contrario, la demanda de activos financieros o incluso inmobiliarios conduciría a una inflación financiera. Una explicación de la situación actual sería que los dólares generados se quedaron en algún cajón y no entraron en la economía. Quizás, en un cajón chino como algunos argumentan. Sin embargo, aunque pueda haber alguna razón en ello, no explicaría del todo la situación.La pregunta más bien habría que dirigirla hacia donde en realidad han ido los dólares que se han fabricado. Y la respuesta tiene mucho que ver con los bancos de Wall Street que, en el fondo, han sido los mayores receptores de la moneda emitida.
Un asunto que comenzó con el programa TARP (Trobled Asset Relief Program) allá por octubre de 2008, cuando todavía era presidente George Bush. Se trataba de comprar activos de instituciones financieras americanas con problemas para fortalecer su situación después de la debacle de las ya olvidadas hipotecas subprime. Originalmente fueron 700.000 millones de dólares que fueron ampliándose posteriormente. Aquello permitió además remunerar con intereses las reservas bancarias. Intereses que incentivaron la creación de nueva masa monetaria pero que la encaminó hacia operaciones de derivados financieros. Activos financieros que se estiman hoy cerca de los 220.000 millones de dólares en los mayores bancos estadounidenses.
El hecho es que si el nuevo dinero que se crea llega a los consumidores, digamos, normales, se producirá inflación, pero si se queda estancado en consumidores de gran capacidad de compra irá únicamente a los sectores del lujo sin un mayor efecto en la economía. Cosa que hoy se observa prácticamente en casi todos los países desarrollados, donde este sector crece más de dos dígitos anualmente.
El otro efecto sería el endeudamiento. Cuando el nuevo dinero se introduce en la economía y alcanza a los consumidores tiene el efecto ya señalado. Sin embargo, si se acumula para soportar pago de intereses o aumentar la deuda en instituciones con problemas tiene un efecto perverso: contrae el consumo, crece la deuda soberana y genera deflación. Así, el dinero que podría haber circulado por la economía en modo de crédito o inversión con el potencial de crear nuevos puestos de trabajo y nueva actividad económica, se recluye en soportar ineficiencias, cuando no en pagar los errores del pasado.
Lo cual conduce a una economía zombi. Una economía que puede ir respirando mejor, incluso sin asistencia, pero con poca salud. Y es que por cada euro o dólar que se va a captar deuda, ninguno de ellos (o muy pocos) son los que generan actividad económica. De manera que el imparable incremento de la deuda en lugar de favorecer la actividad económica, va en su contra. Una contradicción que se vive en la actualidad: ya que el mantenimiento de bajos tipos de interés que, supuestamente, deberían incentivar el endeudamiento para generar más actividad económica, tiene el efecto contrario, a la vez que no deja circular el crédito por la actividad empresarial.
La pregunta que surge de lo anterior es si realmente la salida de la crisis será tímida o realmente ofrecerá nuevas cotas de prosperidad. Todo parece indicar que si una mayor cantidad de dinero se conduce a la economía el resultado será un aumento de la inflación y una mayor demanda. Si por el contrario se queda en acumular deuda, el futuro no será muy halagüeño, pues se volvería a caer en la depresión la recesión y el desempleo. Y es que la deuda y, en especial, el endeudamiento público, es un problema económico mayor al cual por el momento no se le acaba de encontrar la solución. Como tampoco se tienen los instrumentos para luchar contra la deflación, especialmente en Europa, donde el Banco Central Europeo fue creado para controlar la inflación y no tiene otros instrumentos para ir en la dirección contraria.
Una compleja situación donde la retirada de los estímulos en Estados Unidos podría traer otras consecuencias desfavorables en el medio plazo por su potencial efecto negativo en los países emergentes. Una situación que no permite de momento cantar victoria aunque se vaya saliendo del pozo. La clave, como iremos viendo, estará en la creciente deuda soberana. Una asignatura en la que España tiene aún mucho que aprender.
Eduardo Olier, presidente del Instituto Choiseul España.
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