Por Prodavinci | 22 de Enero, 2013
CAMBRIDGE – Una de las muchas cosas que
aprendí de Milton Friedman es que el verdadero costo del Estado es el
gasto público, no los impuestos. Dicho de otro modo, el gasto público se
financia con impuestos actuales o con deuda, y el endeudamiento
equivale a impuestos futuros, cuyo efecto sobre el desempeño económico
es casi el mismo que el de los impuestos actuales.
Este razonamiento se puede aplicar al
insostenible déficit fiscal de los Estados Unidos. Como es bien sabido,
eliminarlo implica reducir el gasto o aumentar los impuestos.
El punto de vista convencional es que
una solución razonable y equilibrada incluirá un poco de ambas
alternativas. Pero, como diría Friedman, estos dos métodos se deben
considerar diametralmente opuestos. Reducir el gasto implica achicar el
Estado; aumentar los impuestos implica agrandar el Estado. Por eso, para
eliminar el déficit, los partidarios de achicar el Estado (por ejemplo,
algunos republicanos) se inclinarán por apelar exclusivamente a la
reducción del gasto, mientras que los partidarios de agrandar el Estado
(por ejemplo, el presidente Barack Obama y la mayoría de los demócratas)
preferirán apelar exclusivamente a aumentos de los impuestos.
A partir de estudios de la
estabilización fiscal en países miembros de la OCDE, el economista
Alberto Alesina descubrió que a la hora de eliminar el déficit fiscal,
recortar el gasto público tiende a ser mucho mejor para la economía que
aumentar los impuestos. Una interpretación natural es que el ajuste del
gasto es más eficaz porque trae consigo la promesa de reducir el tamaño
del Estado, lo que favorecerá el crecimiento económico.
Para un tamaño cualquiera del sector
público, los diversos métodos de recaudación impositiva no son todos
iguales. Por ejemplo, para recaudar una cantidad dada se puede apelar a
un impuesto general sobre la renta, un impuesto sobre la nómina, un
impuesto al consumo (por ejemplo, sobre las ventas o el valor agregado),
etcétera. También se puede optar entre recaudar ahora o en el futuro
(variando el déficit fiscal).
Un principio general de eficiencia de
los sistemas impositivos es que para recaudar una cantidad dada (que se
corresponderá a largo plazo con el gasto del sector público) debe usarse
aquel modo que cause la menor distorsión posible al conjunto de la
economía. En términos generales, este principio implica que la tasa
impositiva marginal debe ser similar para diferentes niveles de
ingresos, para diferentes tipos de consumo, para gastos actuales o
futuros, y así sucesivamente.
Según esta perspectiva, un defecto del
sistema de impuestos sobre la renta de los individuos que se aplica en
Estados Unidos es que la tasa impositiva marginal es alta en la base de
la pirámide (debido a los topes de ingresos de los que depende el acceso
a los programas de bienestar social) y en la cima (debido a la
estructura progresiva del impuesto). Es decir, el gobierno está yendo en
dirección equivocada desde 2009, porque aumentó abruptamente las tasas
impositivas marginales en la base (mediante una enorme ampliación de los
programas de transferencias) y, más recientemente, en la cima (al
elevar los impuestos a los ricos).
Uno de los métodos de recaudación más
eficientes es el impuesto sobre la nómina que se aplica en Estados
Unidos, cuya tasa marginal es cercana al promedio (por la ausencia de
deducciones y la gran uniformidad de la estructura impositiva). De modo
que la reducción de la tasa del impuesto sobre la nómina en 2011-2012 y
la disminución en la uniformidad de la estructura (por el lado de
Medicare) fueron errores desde el punto de vista de la eficiencia
impositiva.
Los republicanos deberían tener
presentes estos conceptos cuando evalúen los cambios al sistema
impositivo y el gasto público en 2013. Permitir que se produjera el
“abismo fiscal” tenía el atractivo de obligar a reducir seriamente el
gasto público, pero lo que no era atractivo era la composición de los
recortes (ninguna reducción en las prestaciones sociales y demasiada
reducción en defensa). El correspondiente aumento de la recaudación por
lo menos era uniforme, a diferencia de la despareja suba de impuestos en
la cima tal como se aprobó.
Pero la parte más importante del acuerdo
que evitó el abismo fiscal fue la restauración del eficiente impuesto
sobre la nómina. Según mis estimaciones, el aumento de dos puntos
porcentuales en la recaudación procedente de los sueldos de los
empleados equivaldrá aproximadamente a 1,4 billones de dólares a lo
largo de diez años. Este importante refuerzo de la recaudación no se
tuvo en cuenta en los informes típicos, porque la exención del impuesto
sobre la nómina durante el bienio 2011-2012 siempre se consideró
transitoria desde el punto de vista legal.
Es cierto que algunos modelos
macroeconómicos, entre ellos los de la Oficina de Presupuesto del
Congreso, predijeron que no evitar el abismo fiscal hubiera provocado
una recesión. Pero esos resultados salen de modelos keynesianos que
siempre predicen que a un incremento del tamaño del Estado le
corresponde un aumento del PIB, pero nunca incluyen los efectos
negativos del crecimiento del sector público y la incertidumbre sobre el
modo en que se resolverán los problemas fiscales.
No sería sorpresa que haya otra recesión
en Estados Unidos, pero sería atribuible a una serie de malas políticas
del gobierno y a otros factores, no a la reducción del tamaño del
Estado. De hecho, pensar que hay que evitar recortes del gasto público
en el “corto plazo” para hacer más improbable una recesión es absurdo.
Si achicar el Estado es buena idea en el largo plazo (como yo creo que
lo es), también lo es en el largo plazo.
***
Project Syndicate
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