Mauricio Peralta Mayorga
El autor es catedrático universitario mi profesor en Macroeconomía.
TOMADO: LA PRENSA EL DIARIO DE LOS NICARAGUENSE
Thomas Alva Edison (el más prolífico de los físicos que han existido en la historia de la humanidad), inventó a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la lámpara incandescente, la primera central de energía eléctrica, el primer ferrocarril eléctrico, el telégrafo, el micrófono de carbón, el fonógrafo, las baterías alcalinas y nuevos tipos de cemento y hormigón. En una ocasión le preguntaron a qué atribuía el éxito de su trabajo, a lo cual respondió que era el fruto, en un uno por ciento, de la “inspiración” y de un 99 por ciento de la “transpiración”. Es decir, tenía más que ver con el trabajo cotidiano, que con las “genialidades” que se le ocurrían muy de vez en cuando.
En su libro Macroeconomía en la Economía Global, Jeffrey Sachs y Felipe Larraín nos ilustran cómo “a inicios de los años sesenta, los ‘Tigres’ del Este asiático (Hong Kong, Corea del Sur, Taiwán y Singapur), eran economías pobres, dependientes de ayuda foráneas”, al igual que algunas economías centroamericanas y latinoamericanas, de entonces. Sin embargo, estas similitudes desaparecieron, cuando desde 1965, el PIB per cápita de estas naciones asiáticas creció a un promedio cercano al 6 por ciento anual, muy por encima del crecimiento económico de nuestras naciones latinoamericanas. Corea del Sur por ejemplo creció entre 1965 y 1995 un promedio de 7.2 por ciento anual, en su PIB per cápita, lo que se tradujo en que el coreano medio, se hiciera ocho veces más rico, en menos de dos generaciones.
China Continental crecerá este año cerca del 9.3 por ciento en su PIB real e India, aproximadamente, un 7.8 por ciento, según recientes estimaciones del FMI. Estos aumentos sostenidos en producción tienen más que ver con la “transpiración”, que con la “inspiración” de sus habitantes, como nos lo enseñó a través de su vida, Thomas Alva Edison
Es por esto que pareciera ser que una receta eficiente para salir de la pobreza, son “las tres T”: trabajo, trabajo y más trabajo. Carlos Kasuga, japonés, de padres inmigrantes del México del siglo pasado, en un testimonio de vida que resume una presentación que realizó ante cerca de 600 jóvenes emprendedores universitarios de México, nos señala algunos caminos hacia el éxito personal y social, al recordarnos, por ejemplo, que mientras los latinos “vamos a las iglesias a pedir, esperando algo a cambio; en el Shintoismo se va a los templos a ofrecer, para luego recibir”. Esto lo han extrapolado a los sindicatos japoneses cuando presentan pliegos de ofrecimientos y no pliegos de peticiones, en sus reuniones de negociaciones de salarios mínimos.
Algunos de estos ejemplos de pliegos de ofrecimientos pueden ser “si fabricamos 1,000 automóviles el año pasado y ofrecemos fabricar 1,200 este año, ¿qué ofrece la empresa? Si tenemos 5 por ciento de errores en la producción y ofrecemos reducirlos al 3 por ciento, ¿qué ofrece la empresa?” Y es en base a estos ofrecimientos y no peticiones ex - antes, que las empresas japonesas han logrado un margen de error cero en su producción con inventarios cero y entrega “just in time” o justo a tiempo, en sus pedidos.
Kasuga proviene de un país del tamaño de Chihuahua y Aguascalientes y de más de 120 millones de habitantes, cifra similar a la de toda la población de México. Con los índices educativos y de longevidad más altos del planeta e índices de criminalidad, más bajos del mundo. Japón produce el equivalente al 8.08 por ciento del PIB mundial, solamente por debajo del de EE.UU., que produce el 25.51 por ciento del PIB mundial del total del planeta, según datos del FMI, en el 2007. Kasuga llegó a transformar un pequeño poblado en México, Ixtapaluca, porque contagió con su cultura (inembargable y fácilmente portable) a toda una comunidad, siendo sus empleados de Yakult, una especie de yogurt para niños y niñas, los mejor pagados de la zona.
El mejor y más valioso aporte para un país es producir más empleos y más educación vinculada al sector productivo. Así nos lo demuestran los países con mejores niveles de vida y los verdaderos revolucionarios de la humanidad: los Thomas Alva Edison del siglo XIX, los Carlos Kasuga del siglo XX, y los Bill Gates del siglo XXI, auténticos revolucionarios que transformaron al mundo entero desde sus trincheras empresariales y sus fusiles cargados de ingenio, creatividad y trabajo, trabajo y más trabajo.
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