El primitivismo de gestos de Trump y la puesta en marcha de los discursos del odio y la intimidación en un grado desconocido facilitan la impresión dominante en algunos círculos de ser un accidente, un imprevisto, un estorbo para el desenvolvimiento del nuevo capitalismo. Craso error.
Aunque así lo pareciera en estos días, el paso del tiempo va a convertirlo, sin duda, en una oportunidad para las fuerzas económicas más reaccionarias para forzar un nuevo consenso. No despreciarán el momento. La urgencia de revertir, entre las primeras medidas, la regulación del sistema financiero impulsada por Obama es solo un anticipo de una nueva agenda desreguladora.
Tampoco puede extrañar que el primer consenso internacional se haya producido en torno a la OTAN y al gasto militar. Sin un peligro que lo justifique, la UE se muestra dispuesta a subirlo hasta situarlo en el 2% del PIB. ¿Alguien duda que la magnitud de esta carreraarmamentística (EE.UU, Rusia, China, Turquía, Corea, Japón, el Reino Unido y ahora la UE) anticipa el tamaño de los conflictos bélicos que se avecinan? ¿Alguien duda que la contrapartida en el gasto en defensa de la UE es la continuación de las políticas de ajuste?
La incapacidad para resolver los problemas económicos da nuevas oportunidades al belicismo mientras retornan, en todo el mundo, formas de poder y control social de perfiles duros.
Recordemos los antecedentes. Entre 1937 y 1938, cuando se cumplían diez años de la crisis del 29, rebrotó una durísima recesión que elevó el desempleo al 19% en EE.UU mientras se agotaban los instrumentos de expansión de la demanda basados en inversión en infraestructuras. En ese contexto, en 1939, el keynesianismo adoptó formas militares. FD Roosevelt optó por duplicar la inversión en defensa anticipando y alimentando lo que sería la segunda gran guerra.
Superadas la época de guerras asimétricas, el belicismo apunta más alto
No nos engañemos. En algún sentido Trump no es una ruptura con el pasado. A pesar de los esfuerzos por frenar el poder del lobby militar-industrial, los ocho años de Obama han consolidado los efectos brutales de las llamadas “guerras asimétricas” iniciadas en las anteriores Administraciones republicanas.
Aunque la neolengua las califica de “baja intensidad” las guerras que el mundo ha conocido en los últimos 20 años, han sido, en realidad, de altísima intensidad, con efectos devastadores para las estructuras estatales de Irak, Libia o Siria. La destrucción económica de la orilla sur del Mediterráneo ha alimentado, como nunca antes, las escisiones tribales y religiosas, el terrorismo sectario y ha generado millones de refugiados.
Aunque se presentan como actuaciones defensivas imprescindibles en la “guerra contra el terror”, muestran un perfil implacable que debe asociarse a la hegemonía absoluta de EE.UU y conecta con intereses concretos de la industria de defensa y con doctrinas militares que defienden las “demostraciones de fuerza decisiva o abrumadora” (doctrina Powell) junto a estrategias de “conmoción y pavor”.
No son guerras como las otras. Se trata de una nueva forma de dominio que no tiene reparos en destruir a los Estados en lugar de someterlos o corromperlos, como hicieron siempre las potencias coloniales. Responden a un nuevo fenómeno que el filosofo francés Alain Badiou describe con el término zonificación, que consiste en crear zonas infraestatales que son, en realidad, zonas de saqueo sin Estado en las que las industrias extractivas imponen su ley.
Una forma de poder que se traslada a la política y al norte del Mediterráneo implantando lógicas “de cerco”, con similares efectos. En cierto sentido, dice Badiou, Grecia también fue en alguna medida zonificada por la Unión Europea, en el sentido de convertirla en un neoprotectorado desde que la firma del tercer memorando la colocó bajo el control permanente e institucionalizado de los poderes financieros. Pero, en estos momentos, Alemania y su ministro Schäuble coquetea otra vez con colocarles muy cerca del rango siguiente, con un Estado desaparecido por completo.
Lo que permite la llegada de Trump es un nuevo salto en la misma dinámica. De momento las palabras apuntan más alto y ponen el foco en piezas mayores que incluyen la desestabilización de Irán, la guerra comercial con China o las tensiones en la frontera norte de Europa con Rusia.
Otro camino para resolver la crisis de legitimidad
Se trata de una estrategia que responde a una determinada lógica económica. La Administracion Trump no tiene un discurso acabado pero ha decidido tomar la iniciativa y cabalgar sobre el descontento social de la desigualdad y atajar la crisis de legitimidad de los valores y pautas de la globalización neoliberal. El mensaje que nos lanzan es que se necesita un nuevo diseño del largo plazo que redefina lo que se quiere hacer con la administración, la justicia, la educación y la economía.
Lo que nos dicen es que el soft-power, que ha estado muy conectado con las Administraciones demócratas de Clinton y Obama y con el discurso optimista de las nuevas tecnologías no les representa. Que debe retornar las lógicas de poder duro, que esa es la única forma de recuperar apoyos entre los desfavorecidos, sean obreros desplazados por la deslocalizacion de actividades o industrias incapaces de sobrevivir a la competencia china en un entorno de librecambio y reclaman el retorno hacia un neomercantilismo como reflejo proteccionista conservador.
Como señala Paul Krugman, “lo raro es que la reacción a la globalización haya tardado tanto”. Lo peor es que en ausencia de una salida democrática y de progreso se imponen las soluciones y los valores económicos de las elites extractivas y las lógicas basadas en planteamientos rentistas y de apropiación de valor que actúan como si la riqueza fuera finita y debiera ser explotada en una carrera contra el reloj para apropiarse del máximo beneficio en el menor plazo posible. Lo peor es que el belicismo y las restricciones democráticas pasen a formar parte de la mueva lógica de poder.
Significa un nuevo salto en tendencias que se vienen consolidando en los últimos 20 años que sancionan el dominio de lo fáctico, lo unilateral y lo privado sobre lo institucional, lo multilateral y lo público. Pero debe entenderse, ante todo, como un ensayo general de nuevas formas de ejercicio del poder que tienen que ver con la necesidad percibida por una parte de las élites globales de testar mecanismos de coerción y de limitación democrática adecuadas a la desazón social que provoca la desigualdad en el mundo.
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